Es la noche, quien
convertida en un invierno
se calienta junto a un
corazón abrasado,
desvelando un recuerdo de
sueños
traídos por el vahído del
alma de un enamorado
Bajo un mantón gris aparece
tu figura;
y una mano en tu pelo
juega, mechón a mechón,
a enrollarse en sí mismo,
sobre un ovillo moreno.
dejando a la luz unos ojos
, ¡y qué ojos!
cuya teja radiante como oasis
en el desierto,
llena de una inmensidad
profunda, refresca
más aun que el agua pura,
la sed de amor.
Cuando la noche avanza y el
sueño se quiebra
adolece el espíritu en un
desierto de vida,
lleno de almas errantes que
no son la tuya,
mientras la mía pasa de
inmortal a perecedera.
Para que al despertar del
día, el sol,
encuentre mi cuerpo yacido
en las dunas.
Y él, tan abrasador como el
fuego,
que nunca se pone mientras
no estás,
me quema como una mecha,
rápido,
duele en la cara, agrieta
el espíritu
y reseca el corazón;
invitando a llorar en la soledad
diurna,
guiando cada gota salada
a través de los surcos de
tu recuerdo
hasta las llagas de tus
ausentes caricias.
El ocaso marca el fin del
dolor
con los últimos rayos de
sol
Antonio Espacio Garcia