sábado, 24 de enero de 2015

Una lluvia de pétalos

Y la luz del día se desvaneció de repente,
y el tiempo se paró en seco,
y no sabía si aquello era real,
me sentía en éxtasis.
Y como si una lluvia de pétalos de tulipán naranja
hubiera invadido la habitación,
yo te miraba,
con los ojos abiertos como platos,
fascinado por tu belleza,
deseando que todo tu ser
se quedase grabado en mi retina.

En aquella tenue oscuridad de la noche
tu silueta se mostraba ante mí
como el de la diosa Artemis,
y yo, intimidado ante semejante escultura,
cerré los ojos,
abriéndolos rápidamente de nuevo
temiendo que fuese un sueño;
mas era cierto, estabas ahí,
podía tocarte y sentir tu piel;
tus manos, frías como el mármol,
se quedaban entre las mías
buscando todo el calor en mi cuerpo.

Pero eran tus ojos la llama,
que consumiendo todo el oxígeno a mi alrededor,
me dejaba con cada mirada,
absorto y sin respiración.
Y el latir del corazón
se paraba de golpe;
y al instante, Hefesto,
volvía a golpear con fuerza su martillo
contra el yunque que es mi pecho
acelerando el palpitar
del órgano capital
y regando de nuevo
de sangre todo mi ser.

Y yo, quemándome por dentro,
sentía el calor de tu presencia,
y valiente, me acercaba un poco más,
sintiendo arder mi cuerpo por tu alma,
fundiéndose con la mía.

Y una caricia,
y un beso,
y una sonrisa,
… y la lluvia,
y los pétalos.

Y nuestros dos cuerpos,
se derretían juntos ya,
unidos en una misma llama,
visible tan solo para nosotros.

Hasta que nos adentramos en un mar de amor
donde las olas encrespadas
que formaban nuestras espaldas
recorrieron toda la superficie de la cama,
rompiendo la espuma del alma
en un grito interior
aplacando el fuego del deseo
y devolviéndonos dulcemente
a ese estado de éxtasis
que produce el amor
donde todo cae
como si de una lluvia de pétalos de tulipán naranja
se tratara.
Antonio Espacio García



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