Y la luz
del día se desvaneció de repente,
y el tiempo
se paró en seco,
y no sabía
si aquello era real,
me sentía
en éxtasis.
Y como si
una lluvia de pétalos de tulipán naranja
hubiera
invadido la habitación,
yo te
miraba,
con los
ojos abiertos como platos,
fascinado
por tu belleza,
deseando
que todo tu ser
se quedase
grabado en mi retina.
En aquella
tenue oscuridad de la noche
tu silueta
se mostraba ante mí
como el de
la diosa Artemis,
y yo,
intimidado ante semejante escultura,
cerré los
ojos,
abriéndolos
rápidamente de nuevo
temiendo que
fuese un sueño;
mas era
cierto, estabas ahí,
podía
tocarte y sentir tu piel;
tus manos, frías
como el mármol,
se quedaban
entre las mías
buscando
todo el calor en mi cuerpo.
Pero eran
tus ojos la llama,
que
consumiendo todo el oxígeno a mi alrededor,
me dejaba
con cada mirada,
absorto y
sin respiración.
Y el latir
del corazón
se paraba
de golpe;
y al
instante, Hefesto,
volvía a
golpear con fuerza su martillo
contra el
yunque que es mi pecho
acelerando
el palpitar
del órgano
capital
y regando
de nuevo
de sangre
todo mi ser.
Y yo,
quemándome por dentro,
sentía el
calor de tu presencia,
y valiente,
me acercaba un poco más,
sintiendo
arder mi cuerpo por tu alma,
fundiéndose
con la mía.
Y una
caricia,
y un beso,
y una
sonrisa,
… y la
lluvia,
y los
pétalos.
Y nuestros
dos cuerpos,
se
derretían juntos ya,
unidos en
una misma llama,
visible tan
solo para nosotros.
Hasta que
nos adentramos en un mar de amor
donde las
olas encrespadas
que
formaban nuestras espaldas
recorrieron
toda la superficie de la cama,
rompiendo
la espuma del alma
en un grito
interior
aplacando el
fuego del deseo
y
devolviéndonos dulcemente
a ese
estado de éxtasis
que produce
el amor
donde todo
cae
como si de una
lluvia de pétalos de tulipán naranja
se tratara.
Antonio Espacio García
Me quedo sin palabras
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